Cuando la Dra. Sylvia Peña era una adolescente, quería estudiar ingeniería biomédica en la universidad, pero al hacerse consciente de las desigualdades en salud reconsideró sus planes y optó por estudiar enfermería.
El incidente crucial que la hizo seguir este nuevo camino ocurrió cuando trabajaba como voluntaria en la recepción de un hospital y fue testigo de cómo una madre de habla hispana le batalló para que el personal de la sala de emergencias que hablaba inglés le ayudara con su bebé enfermo. Como Peña hablaba inglés y español, intervino para ayudar a la madre a comunicar las necesidades de su bebé.
“Al ser parte de la comunidad hispana, conforme vas creciendo observas todas estas desigualdades que no sabes que son desigualdades,” expresó. “Con el paso del tiempo, te das cuenta que eso no debería ocurrir.”
Hoy, como profesora asistente de enfermería en Marquette, Peña está comprometida nuevamente en tratar de solucionar las desigualdades que de forma desproporcionada dificultan el acceso a la salud para los latinos, entre ellas las barreras del idioma, las tasas más bajas de cobertura de seguro médico, la dieta y las condiciones de vida que los ponen en mayor riesgo de padecer diabetes, insuficiencia renal y otras enfermedades. Gracias al apoyo económico de fundaciones que comparten el mismo compromiso de reducir las desigualdades, ella está destinando importantes recursos y creando estrategias innovadoras para enfrentar tales desafíos.
Un excelente ejemplo es el proyecto de Peña, apoyado por una subvención de $50,000 por parte de la Asociación Estadounidense de Personas Jubiladas (AARP) para establecer una residencia clínica bilingüe comunitaria para estudiantes de enfermería de Marquette que se especializa en brindar orientación nutricional bilingüe a una población mayoritariamente hispana en el Centro Cristiano de Milwaukee (MCC).
El programa clínico único, el cual arrancó el otoño pasado, funcionó durante dos semestres, y les permitió a doce estudiantes de enfermería brindar atención médica preventiva y apoyar a más de 450 miembros de la comunidad. Dicho programa complementó el banco de alimentos del Centro Cristiano de Milwaukee, donde los líderes del centro notaron la necesidad de una educación culturalmente adecuada para evitar que los participantes tuvieran dificultades transformando los alimentos elegidos en comidas sanas.
Sin duda, se necesitaba algo más que una educación nutricional genérica. Muchos beneficiarios del banco de alimentos comprenden mejor la orientación médica y las recetas cuando están en español. Y la mayoría tenía una necesidad específica: cómo adaptar las comidas étnicas tradicionales que conocen y aman para que los platos que preparan los pongan en menor riesgo de padecer diabetes y enfermedades cardiovasculares.
Al ingresar los estudiantes de enfermería, cada semestre pasaban un día a la semana allí, generalmente de seis a ocho horas consecutivas. Cada semana, su enfoque inicial era la educación y el desarrollo de habilidades de comunicación terapéutica. Después de crear una receta nutritiva incorporando los ingredientes disponibles en el banco de alimentos esa semana, los estudiantes presentaban la receta a los participantes reunidos y los instruían sobre los efectos en el cuerpo de varios ingredientes y para ciertas afecciones médicas. “Durante las presentaciones, traducía todo al español después de que uno de mis compañeros lo explicaba en inglés,” comentó Marily Flores Carrillo, una estudiante en su cuarto año en la universidad que también creó versiones impresas de las recetas en español para que los participantes se las llevaran a casa. “Educar a otros es muy importante para un enfermero y la práctica clínica continuamente me dio la oportunidad de desarrollar dicha habilidad.”
La atención también se volvió cada vez más personalizada. “Mis compañeros y yo creamos diferentes opciones para quienes tenían alergias específicas o afecciones médicas subyacentes,” mencionó Flores Carrillo. “Estuvimos pensando proactivamente cómo cada ingrediente agregaría valor a nuestra receta, para hacerla sabrosa, nutritiva y adecuada a la cultura.”
Antes de trabajar en la clínica, los estudiantes se prepararon para la experiencia en el laboratorio de simulación clínica de la Facultad de Enfermería, donde participaron en escenarios de atención médica, como instruir y asesorar a un paciente prediabético que solo hablaba español.
Desde la perspectiva de Peña, los beneficios de la clínica se dividieron en dos aspectos principales. El primero lo vivieron los asistentes al MCC. “Estamos pensando cómo podemos hacer una diferencia fuera del hospital para evitar que las personas tengan que ser hospitalizadas,” señaló.
El segundo conjunto de beneficios lo experimentaron los estudiantes. Dirigidos por sus instructores, los estudiantes aprendieron “a pensar críticamente sobre las implicaciones de los procesos en las enfermedades, como la diabetes y la hipertensión, y a su vez la nutrición,” dijo. Asimismo, las prácticas clínicas les dieron la importante oportunidad de desarrollar estrategias de comunicación terapéutica y competencia cultural y habilidades de humildad, mismas que aprendieron en su primer año de estudios de enfermería. “Hacer que los estudiantes piensen críticamente e incorporen el contenido aprendido en los cursos de primer año con las personas con quienes trabajaron en el MCC ayudó a evitar un modelo educativo de salud idéntico para todos,” opinó Peña.
Peña recopiló datos relacionados con el sitio clínico bilingüe, mismos que ayudarán a generar un estudio sobre dicho esfuerzo. Los hallazgos se presentarán este verano en las conferencias anuales de la Asociación Nacional de Enfermeros Hispanos y la Asociación Internacional de Simulación y Aprendizaje Clínicos.
El programa clínico de salud comunitaria se alinea bien con otros proyectos liderados por Peña que buscan reducir las disparidades de salud en la comunidad latina. Entre ellos un estudio subvencionado por la Healthy Americas Foundation para investigar las causas de los bajos índices de detección del cáncer de cuello uterino en mujeres latinas, lo que contribuye a las altas tasas de diagnóstico de cáncer de cuello uterino y así el fallecimiento en la misma población. Peña fue seleccionada para esta subvención junto con un grupo de otros 20 investigadores que analizan este tema a lo largo de los EE. UU., y con su equipo reclutó a 150 participantes del área de Milwaukee para dicho estudio. Actualmente, su investigación se encuentra en la fase de análisis de datos.
“Me apasiona desmantelar estas desigualdades,” declaró.
A grandes rasgos, esa pasión incluye capacitar y empoderar a los latinos para que sean enfermeros, proveedores de atención médica y educadores de salud. “Cuando estudié enfermería, no tuve una profesora que se pareciera a mí, que fuera latina, hasta mis estudios de posgrado,” comentó.
Como ejemplo, este asunto de representación limitada surgió como un factor esta primavera pues le costó al equipo del proyecto la oportunidad de extender la residencia clínica en el Centro Cristiano de Milwaukee por un año más.
“Desafortunadamente no pudimos encontrar un instructor clínico que fuera bilingüe para mediar en las barreras lingüísticas entre los miembros de la comunidad y los estudiantes para el siguiente año,” agregó Peña.
Sin embargo, para Flores Carrillo y los otros estudiantes que participaron en el programa, el valor de sus experiencias clínicas perdura. Recuerda cómo perfeccionó su enfoque terapéutico al consultar a las personas que participaron en el MCC semana tras semana: teniendo contacto visual, haciendo preguntas y concentrándose en su tono de voz y postura corporal. “Todo tuvo un gran impacto para generar confianza. Mucha gente habló abiertamente sobre sus vidas y otros me reservaron un asiento en el almuerzo,” mencionó. “Utilicé mis habilidades de comunicación terapéutica para convertirme en una estudiante de enfermería en quien podían confiar.”